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viernes, 13 de diciembre de 2013

Boba


Con las improvisadas alas del miedo, puso pies en polvorosa. La voz siniestra que salía de entre los árboles, hizo que el corazón saltara y se aposentara en la garganta.

Un viejo enano salió detrás del tronco. Sus ojos estaban achinados y brillantes, y había en ellos una expresión maligna. Alcea renegó de su mala suerte, pues para una vez que le salía un enano al encuentro, no era saltarín (como el del cuento), o trabajador como los de Blanca Nieves. Este era malo y gordinflón.

Aunque tenía las patas cortas, casi le daba alcance. A Alcea ya no le quedaba resuello, parecía que sus pulmones estallarían de un momento a otro.

Una piedra, en mitad del prado, fue la culpable de su caída. No tenía ya salvación, estaba a merced del enano, y el terror la llevó al desmayo. Al abrir los ojos, estaba allí, mirándola con esa mirada cruel. Tenía miedo que abriera su boca rompiendo el silencio, y con resignación se iba despidiendo de la vida, pues sabía que nada le podría librar de la muerte.

- ¡Chica!, despierta. ¿Dónde ibas con tanta prisa? Creí que no podría alcanzarte, pues corres como un gamo.

- ¿Eres muda? Espero que al menos no seas también sorda, yo sólo quería saber si tienes un mechero. Necesito encender un cigarro que encontré, y aquí difícilmente se encuentra un ser humano.

A Alcea se le abrieron los ojos como platos, y seguidamente le abandonó el sentido volviéndose a desplomar.

- ¡Bah! - Dijo el enano – Para una persona que encuentro, me sale boba – y se marchó, dando saltos, volviéndose a perder en el ya lejano árbol.

Misteriosa

domingo, 22 de septiembre de 2013

Siempre que iniciamos un cambio, incluso uno positivo, activamos el temor en nuestro cerebro emocional. Si el miedo es lo suficientemente grande, la respuesta tipo “oelea o huye” se disparará y escaparemos de lo que intentamos hacer.


Desconozco autor

viernes, 30 de agosto de 2013

Tu pecho

Dibujo la vida en tu espalda mientras vibras como el aire encajonado.

Un camino incierto, en mi caricia, se abre paso por tu cuerpo. Las columnas de tu templo se estremecen, y entre ellas ulula un viento atroz, el miedo.

El imán de tu piel me impide alejarme, el fuego de tus poros me abrasa. Cada vértebra en tu espalda, un escalón hacia tu misterio, y allí, me envuelvo entre tu torturado pensamiento.

Es tu pecho una pista de nácar para la yema de mis dedos.


Misteriosa
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