Se asomó al precipicio, y vio abajo las estrellas, flotaban
en un líquido nacarado. Rutilaban, atrayendo como imanes. Sólo había que dar
dos pequeños pasos para acostarse en ellas, para poderlas rozar con los dedos.
Arriba, un cielo azul pálido
suspiraba vacío, sólo una pequeña nube blanca lo acompañaba. Detrás de ella, las dunas lo
ocupaban todo. Sólo arena en donde enterrar sus pies, o donde rebozar su fina
piel. El sol pegaba con fuerza, y había capturado todos los pozos de agua. Los
tenía escondidos para presentarlos a capricho.
El calor hacía sus estragos, y le
nublaba los ojos. Abajo se perdían las estrellas dando paso a un fuego enorme,
cuyas llamas se alzaban como queriéndola capturar. No sabía si lanzarse la
llevaría a ese infierno rojo y amarillo, o por el contrario, al feliz deleite
entre las estrellas. Su cabeza daba vueltas perdiendo la noción de todo.
Una mirada más, hacia atrás, la dio
fuerzas para dar dos pasos adelante, hasta caer al vacío. Una caída vertiginosa
sin saber donde iría a parar.
Misteriosa
Muy buen texto, con final incierto. Con tintes descriptivos, de un paisaje surrealista. Me ha gustado esta historia y lo que narra. A veces llega a ser una buena decisión, el lanzarse al vacío, sobre todo, cuando los miedos encadenan y no dejan avanzar. un beso
ResponderEliminarGracias por tus comentarios... Es un lujo.
EliminarEs cierto que los miedos encadenan...
Un beso.
A todos no suele pasar algo parecido de vez en cuando...
ResponderEliminarUn abrazo.
Sí, Rafael, siempre hay cosas que nos aproximan.
EliminarUn beso.
Bella relato entre dos mundos que traen paz y energía donde nada es lo que parece y sin embargo a final uno se lanza sin saber muy bien hacia donde va.
ResponderEliminarBesos.
Gracias, Ilesín, siempre un placer.
ResponderEliminarMuchos besos.